Villa Ruiz

Matías Perez Ibarguren
4 min readJan 11, 2021

Hay tantos mundos en este mundo. Uno es el de quienes todavía viven en pueblos chicos. Y digo “todavía” con cierta añoranza, no con fatalismo, porque no creo que las localidades chicas vayan a desaparecer. Por el contrario: imagino que sobrevivirán en el contexto de las ciudades medianas y grandes. Como sobrevivió la radio al surgimiento de la tele, más allá de los vaticinios apocalípticos. Es que deben responder a necesidades humanas distintas y bien acendradas: el ojo interno de la imaginación, la antigua magia de la oralidad, la percepción de lo local y cercano. Uno de estos pueblos pequeños es Villa Ruíz. Ubicado en el partido de San Andrés de Giles, a vista de ojo nos pareció que vivirían unas mil personas. Nos pasamos: Google nos precisó unos 477 habitantes según el censo del 2010.

-Qué hará acá la gente?- se preguntó Juli.

-Vivir…?

Mi respuesta sonaba obvia y tonta. Yo estaba pensando en una lectura de Dayananda, un autor que conocí por una maestra de meditación, Rosy. El libro planteaba algo así como que el objetivo de la vida era vivir. Con esa cruda sencillez con que plantean las cosas los orientales. Se llegará más directo a este objetivo en las localidades chicas? Tal vez las grandes ciudades lo que hacen es demorar más el camino, llenarlo de esquinas, pasajes, obstáculos y barreras. Multiplicar todo al infinito y hacer que te pierdas. Tal vez eso hace más interesante el recorrido.

En auto el pueblo se recorre en media hora a velocidad de paso humano. Un hombre riega sus plantas y nos mira pasar de reojo. Una mujer mayor sale de una casa de ladrillos antigua, de paredes altas, frente a la estación de tren. Sale con un pan dulce en las manos y se aleja por una callecita. Una familia almuerza en el patio de adelante. La plaza tiene un pasto impecable, parejo y bien cortito. Hay glorietas en cada esquina. Desde que la estación de tren dejó de funcionar debe haber pasado a ser el centro del pueblo. Muchas familias disfrutan la sombra de los árboles, a prudente distancia una de otra. La plaza nos recuerda alguna de una localidad de provincia que visitamos hace poco: Los Molles, en San Luis, o Epuyén, en Chubut. Unas casas modernas y vistosas se ubican sobre un lateral de la plaza. No cualquiera logra agenciarse un lugar destacado en el pueblo. En otro costado está la pintoresca capilla de Ruíz. Por su ubicación y tamaño sigue rigiendo la vida simbólica de la comunidad. La tradicional pulpería está ahí cerquita. Más en los márgenes vimos al menos tres iglesias evangélicas, en construcciones más pequeñas pero llamativas. No les interesa el centro parece, o llegaron más tarde al baile. Avanzan desde los márgenes, como envolviendo todo con su religión. En esto Ruíz parece emular lo que está pasando en todos lados.

De qué trabajará acá la gente? No alcanzamos a conversar con algún poblador, eso quedará para una futura visita. Esta vez nos entregamos a la especulación. Algunxs se emplearán en los campos que rodean al pueblo. Vimos grandes maizales y plantaciones de soja (todos monocultivos por cierto). Otrxs trabajarán en las fábricas de ladrillos que cruzamos. Estarán los comerciantes y oficios que se necesitan en todo poblado. Y los trabajos públicos del Estado: la escuela, la salita, la Municipalidad, la policía. Habrá un porcentaje no menor de jubiladxs. Y lxs visitantes de casas de fines de semana. No mucho más.

Seguimos el cartel que indicaba una panadería a 200 metros de la calle principal. Estaba muy bien puesta, desde la vereda se veían tentaciones a través del ventanal. Compramos media docena de facturas y las llevamos al auto. Antes, caminamos una cuadra más hasta el límite del pueblo con el campo. Un hombre cortaba el cerco del frente de su casa con la sierra eléctrica. Cómo será despertarse y tener esta vista de horizonte?

Volviendo nos cruzamos con muchxs ciclistas y grupos de motoquerxs. Se ve que es una salida típica de fin de semana este tipo de pueblitos. Probablemente muchxs se tomen el tren hasta Luján y desde ahí irán recorriendo: Carlos Keen, Azcuénaga, Cucullu. Una especie de respiro de tanta ciudad y bullicio. La contemplación de una forma de vida que parece de otro tiempo. Nos armamos el mate y volvimos por la ruta 7, con el atardecer que se metía al auto por el espejo retrovisor. Las facturas estaban bien ricas. De membrillo, pastelera y vigilante (las de dulce de leche ya se habían acabado).

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Matías Perez Ibarguren

Micro relatos, impresiones, crónicas. Asomarse a cada día, a cada momento y asombrarse de lo nuevo que se avisora al otro lado del muro.